15 mayo 2016

Domingos nerudianos: Viaje al corazón de Quevedo


Pablo Neruda fue admirador y estudioso de Quevedo. Toda su poesía tardía está fuertemente influenciada por él, por esa "agricultura de la muerte" que tanto lo deslumbraba. Creo que en los años 40 escribió su mejor ensayo poético, llamado "Viaje al corazón de Quevedo" del que presento un extracto a continuación:

"Y os traigo conmigo en este viaje a un hombre turbulento y temible como don Francisco de Quevedo y Villegas, a quien también considero como el más grande de los poetas espirituales de todos los tiempos. Se hace patente en él, como en tantos otros de los grandes hombres, este hecho nunca demasiado insistido. Quevedo es azotado por la racha crítica de su tiempo: es azotado y sacudido como una caña, pero la caña no se rompe. Es una caña que canta. La mantiene levantada como una flecha y agachada como una azada toda la vida material de su tiempo. Están en Quevedo, como en una bodega inmensa, como en la bodega de un inmenso vestuario de teatro, todos los trajes abandonados de una época. Está allí el traje del noble duque y del bufón miserable, el traje del rey patético, del rico abusador y el rostro innumerable de la muchedumbre hambrienta que más tarde se llamará "el pueblo". Las casacas bordadas de los príncipes yacen junto a la ropa marchita de las meretrices, los zapatos del buscavida, del avaro, del pretencioso, del pícaro, se confunden con las reliquias de los más ingenuos campesinos.

Pero, por una ventana entra el color azul del conocimiento y he aquí que toda esta multitud grosera y lujosa, palpitante y bestial, recibe el rayo que sigue brotando aún del corazón del caballero.

Todo queda viviendo entonces en ese seco recinto, todo, todas las ideas materiales de su época. La crítica estalla por todas partes como un metal hirviente. El caballero del conocimiento, el terrible señor de la poesía, con su mano izquierda ha creado el polvoriento museo de vestuarios olvidados y con su mano derecha mantiene todavía el taladro viviente de la creación y de la destrucción.

No he de callar por más que con el dedo
Ya tocando la boca, ya la frente.
Silencio avises, o amenaces miedo.

¿No ha de hablar un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy sin miedo que libre escandalice
Puede hablar el ingenio, asegurado
De que mayor poder te atemorice.

En otros siglos, pudo ser pecado
Severo estudio y la verdad desnuda
Y romper el silencio, el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
Que es lengua la verdad de Dios severo
Y la lengua de Dios nunca fue muda

Nada dejó de ver en su siglo don Francisco de Quevedo. Nunca dejó de ver ni de noche ni de día, ni en invierno ni en verano, y no cegó sus ojos de taladro frío el poderoso, ni le engañaron el mercenario ni el charlatán de oficio".

El ensayo completo lo pueden leer aquí, es uno de los más lúcidos y lindamente escritos que conozco. Además contiene extractos de los tres mejores poemas de Quevedo

"Éste es el Quevedo terrorífico de fuerzas naturales. Pero hay también el Quevedo de la contrición, de la amargura y de la fatiga.

Ésta es la amarga fotografía no sólo del estado de un hombre, sino del estado de una nación desventurada.

Ha muerto el fuego de los hogares, los labriegos duermen por los caminos, perseguidos por el frío y por el hambre. Las iglesias se llenan de armas, los clérigos acompañan al guerrero, los huesos de la guerra blanquean sobre la tierra parda.

Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados...

Pero de su debilidad sale otra vez su fortaleza de vidente y esa España desmantelada y deshecha de su tiempo, vuelve a ser el retrato de una España de ahora. La tierra se blanquea de nuevo con huesos de soldados y poetas, los muros carcelarios se pudren otra vez por el llanto del hombre. (...)

Por no haber nada que mirar en el pueblo, Federico dirigió sus pasos hacia la iglesia y entró en su nave oscurecida. Comenzaba a atardecer...

Algunas viejas tumbas junto a las paredes antiguas, mostraban aún sobre las piedras las letras cinceladas de españoles muertos de otro tiempo.

Federico se acercó a una de ellas y comenzó con dificultad a deletrear un nombre: "Aquí yace decía la lápida don Francisco Federico, no con emoción, sino con algo como terror, siguió leyendo ...de Quevedo y Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, Patrono de la Villa de San Antonio Abad . . . "

No cabía duda, el más grande de los poetas, el rayo terrible, desatado, con toda su pasión y su inteligencia y su trágica concepción gloriosa de la vida y de la muerte, yacía ya olvidado para siempre, en una olvidada iglesia de un olvidado pueblo. El rebelde descansaba y el olvido y la noche de España lo cubrían. Había entrado en lo que él llamara la agricultura de la muerte. El desdén y el desprecio con que él trató a su época, se vengaban de él, dejando su nombre radiante y turbulento sepultado bajo unas pobres piedras gastadas. Fue tal su emoción, me contaba Federico, que, turbado, desorientado, confuso y entristecido, volvió hacia los muchachos de "La Barraca" y ordenó embarcar de nuevo el tinglado y continuar el camino de Castilla. Allí quedaba...

aquél quien todo un Dios prisión ha sido,
aquellas venas que humor a tanto fuego dieron,
aquellas médulas que gloriosamente ardieron...

Pero yo os lo repito, al final de este viaje al corazón de Quevedo, porque fértil es la vida, imperecedera la poesía, inevitable la justicia y porque la tierra de España no es sólo tierra sino pueblo, yo os digo a través de aquellas bocas que continúan cantando:

Su cuerpo dejarán, no su cuidado,
Serán cenizas, mas tendrá sentido,
Polvo serán, mas polvo enamorado".

Pienso que es un buen momento para encender mi segundo Montecristo.

2 comentarios:

  1. Bastante valiente, o quizás sea otra virtud, de parte de Neruda sacarle el sombrero a Quevedo en un siglo XX y sobre todo en su primer parte, en que todos eran "ismos" y rupturas con el pasado. Al fin, en pocas décadas, los ismos ya no están y Quevedo sigue ahí.

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  2. Si, en el mismo ensayo creo, Neruda contaba como los poetas de su época -incluído el mismo- despreciaban todo lo que no fuera poesía francesa y norteamericana, pero cuando llegó a España se remeció con Quevedo y otros del Siglo de Oro de la poesía española. Los puso en valor, como se diría hoy de manera más siutica

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"Send me a postcard, drop me a line
Stating point of view
Indicate precisely what you mean to say
Yours sincerely, wasting away
Give me your answer, fill in a form
Mine for evermore
Will you still need me, will you still feed me
When I'm sixty-four"