01 mayo 2021

Ocio, felicidad y esas cosas


Solamente una postdata al refrito de ayer sobre la infamia del trabajo asalariado. No quiero seguir reclamando, el buen Samuel Johnson escribió en "El carácter del ocioso", que nosotros los ociosos solemos ser censores, muy buenos para reclamar pero sin levantarnos de nuestro sillón. Parece que tiene algo de razón en eso -o mucha razón- es cuestión de leer este mismo Templo del Ocio como despotrico todo el tiempo contra esto o aquello.

Eso no significa que me vaya a levantar y hacer algo -never- pero esta vez en lugar de despotricar contra el trabajo voy a poner algo en alabanza de su enemigo natural: el ocio. 

No pretendo ser original, porque casi todo lo que vale la pena decir sobre esto ya se ha dicho: Seneca, Johnson, Marx, Lafarge, Russell y muchos más lo han dicho con claridad y gracia, así es que me limitaré a ser un compilador de lo que ya se ha dicho y repetirlo. Como me da flojera buscar las fuentes originales solo repetiré de memoria algunas de las cosas que más me han impresionado sobre este asunto.

Primero entendamos bien que es el ocio, o mejor partamos por lo que no es. El ocio no es permanecer sin hacer nada, eso es estar muerto o inconsciente, tampoco es hacer solo cosas agradables, porque hay actividades de ocio que pueden ser muy desagradables, como cuando se busca de adrenalina con el alpinismo o algunos deportes violentos que se hacen de solo por gusto.

Solo por gusto, ese es un buen punto de partida. El ocio lo podemos definir como lo opuesto se su negación, el negocio (neg-ocio). Mientras que un negocio es cualquier actividad productiva, que crea un valor aceptado por todos, o por muchos, el ocio es fundamentalmente improductivo, es lo que hacemos solo por gusto de hacerlo, sin otro beneficio que entretenernos, satisfacer nuestra curiosidad o cosas así. "Si de mi dependiera viviría dedicado solo a mis pasiones, sin trabajar ni un minuto a nadie" dice una biografía que me gusta mucho, igual que "me interesa casi todo, menos trabajar" como dice la mía.

Ejemplo de ocio es mi chifladura por la genealogía, que no me sirve absolutamente para nada, aparte de entretenerme y satisfacer mi curiosidad, pero que también demanda montones de tiempo y esfuerzo, mucho más de lo que he dedicado normalmente a cosas productivas. Escribir en este blog es otro buen ejemplo, por algo lo he llamado "El Templo del Ocio", o el "Club de Ociosos".  

El negocio es la contraparte. Por ejemplo cuando yo hago algo que pueda venderse, o cuando vendo algo que tengo, cuando voy a la oficina o a cualquier clase de trabajo asalariado (Dios me ampare), etc. en resumen, cada vez que hacemos "algo útil" creando valor estamos haciendo negocio.

En la Antigua Grecia que tanto admiramos, ser ocioso era sinónimo de ser libre y virtuoso, el trabajo -remunerado o no- estaba relegado a los esclavos y las clases más bajas porque el ocio, la nobleza y la libertad eran cosa que estaban estrechamente relacionadas. Sin embargo se les anduvo pasando la mano y en buena parte esa pasión por el ocio fue la causa de la decadencia y caída de la mayoría de sus culturas locales.

Indro Montanelli cuenta una historia muy divertida sobre la ciudad-estado de Sibari, una de las más prosperas de la antigua Grecia, que llegó a tener trescientos mil habitantes y donde sus ciudadanos se dedicaban totalmente al lujo, los placeres y la moda. Eran los hasta hoy famosos sibaritas.

En Sibari trabajaban solo los esclavos, que tenían prohibidas todas las actividades que por su ruido pudieran perturbar la siesta de sus ciudadanos. Una ciudad poderosa, próspera y feliz, hasta que se les ocurrió invadir a sus vecinos de Crotona. Cuando las cosas se pusieron feas, los sibaritas mandaron un enorme ejército para aplastar a los crotones, inferiores en número y medios. Pero los crotones eran industriosos así es que los esperaron pacientemente y cuando se acercó la caballería se pusieron a tocar con sus flautas.

Los caballos sibaritas estaban entrenados para los espectáculos y en lugar de atacar se pusieron a bailar y hacer cabriolas -al menos así cuenta la historia- cosa que aprovecharon los crotones para aplastar a sus rivales haciendo desaparecer a Sibari hasta sus cimientos. No se que tanto de historia  y que tanto de fábula habrá en esto, pero muestra que ser demasiado ocioso también puede entrañar un gran peligro. 

De ser considerado una virtud, propia del hombre libre en la sociedad antigua, con el correr de tiempo se empezó a decir que el ocio era un defecto, un vicio y finalmente la Iglesia Católica lo incluyo -bajo el nombre de "pereza" o "molicie"-  como uno de los siete pecados capitales. Hoy hemos llegado a enaltecer el negocio de manera desproporcionada a costa de vilipendiar al ocio: le decimos "ocioso" a alguien cuando queremos insultarlo.

La búsqueda de la felicidad no tiene tanto mérito, porque nadie puede estar feliz de manera continua y permanente, tal como nadie puede vivir sin parar de reír a carcajadas. Lo más que podemos aspirar es a vivir tranquilos y medianamente conformes. Está bien que tratemos de evitar el sufrimiento y el sacrificio pero nunca podremos erradicarlo porque para sufrir y morir nacimos.

Sin embargo nos han vendido la ilusión de una vida "plena", concepto ridículo y sin contenido que muchos pobres y de clase media baja identifican con tener cierta cantidad de ingresos "prefiero ser infeliz en un Rolls Royce que caminando" es una de las cosas más estúpidas que he escuchado, porque las cosas materiales no compensan para nada el sufrimiento. Esa idea viene de la ilusión que si se tienen "más" cosas serán más felices.

Por eso la búsqueda de la felicidad la asocian con la búsqueda de ingresos. Estos se pueden obtener ganando la lotería, robando o estafando, pero también por un medio mucho más villano que es trabajar como un burro: vivir dedicado al negocio, sacrificándose en cosas que detestan con la esperanza que en el futuro los ingresos le permitirán vivir felices teniendo todo lo que desean.

Pero ya me estoy desviando de lo que quería escribir, que es la naturaleza del ocio. Hubo un alemán loco que se llamaba Heinrich Schliemann (el caballero de la foto), que desde niño conoció la historia de Troya en los relatos de Homero, que en esos años se enseñaba como un mito, una ciudad que nunca existió. Él se hizo el propósito de demostrar que todos los sabios de su época estaban equivocados.

Como no tenía un centavo, entró a trabajar como dependiente en una farmacia, desesperado porque no avanzaba se embarcó para América, pero el barco naufragó y fue a parar a las costas de Holanda, donde a partir de cero empezó a hacer negocios y a prosperar. Pero dejemos a Montanelli, que escribe mejor que yo, para que nos cuente

"(...) a los treinta y seis un rico capitalista, del cual nadie había sospechado jamás que entre un negocio y otro hubiese seguido estudiando a Homero (...) De improviso cerró Banco y tienda y comunicó a su mujer, que era rusa, su propósito de ir a establecerse en Troya. La pobre mujer le preguntó dónde estaba aquella ciudad de la que jamás había oído hablar y que, en realidad, no existía. Enrique le mostró en un mapa dónde suponía que estaba, y ella pidió el divorcio. Schliemann no hizo objeciones y puso un anuncio en un periódico pidiendo otra esposa, a condición de que fuese griega".

Para hacer el cuento corto, Schliemann, que nunca había pisado la universidad, no era arquélogo ni nada de eso, descubrió Troya, mostrando al mundo que había sido una ciudad real y abriéndola para las excavaciones, en el territorio donde hoy se encuentra Turquía

"En 1870 se encontraba en aquel asolado y sediento rincón noroeste del Asia Menor donde Homero afirmaba, y todos los arqueólogos negaban, que Troya se hallaba sepultada. Necesitó un año para obtener del Gobierno turco permiso para iniciar las excavaciones en una ladera de la colina de Hisarlik. Pasó el invierno, con un frío siberiano, practicando hoyos con su mujer y sus excavadores. Tras doce meses de esfuerzos inútiles y de gastos delirantes, como para desanimar a cualquier apóstol, un buen día un pico chocó con algo que no era la piedra de costumbre, sino una caja de cobre que, al ser abierta, reveló a los ojos exaltados de aquel fanático lo que él llamó en seguida «el tesoro de Príamo»: miles y miles de objetos de oro y plata".

Schliemann para mi fue un ejemplo del perfecto ocioso. No le importaba la felicidad, la gloria ni su propio bienestar sino que se dejó llevar simplemente por sus propias inclinaciones. Un loco sin duda, que descubrió no una, sino nueve ciudades enterradas, entre ellas la "mitológica" Troya. Montanelli escribió "Nuevamente el buen Dios, que siente debilidad por los lunáticos, le compensó de tanta fe". Esa es, creo yo. la naturaleza del ocio.

En fin, una historia muy bonita la del loco Schliemann, hay muchos más que pasan la vida guiados por sus inclinaciones y su curiosidad. Muchos no llegamos a ninguna parte, tal como muchos de los que se sacan el lomo trabajando en asuntos que detestan terminan sin conseguir nada. La verdad es que, sea como sea, la mayoría no llegamos a nada importante y tenemos resultados mediocres, lo mismo ociosos o trabajando, pero yo al menos, prefiero el ocio al negocio.

A lo que quería llegar es que el ocio no es lo mismo que el hedonismo, que es el ideal de tanta gente -jóvenes y viejos- en nuestra época. Ser ocioso no es vivir para los placeres como vivían los sibaritas, que fueron aplastados por los crotones, mucho menos vivir como millonario "disfrutando" de riquezas materiales, que nunca legarán a satisfacernos. 

El ocio más bien consiste en hacer lo que nos da la gana, tener un propósito -mientras más inútil mejor- y tratar de seguirlo. Para poder hacer eso, claro, hay que comer y ojala tener un techo, pero no se necesita mucho más que eso y es algo que con un poco de neg-ocio, muchas veces se puede conseguir. Pero el ocio, lo inútil pero que sigue nuestras inclinaciones naturales, debería ser lo más importante. Al menos así lo creo para los que somos ociosos de corazón. 

9 comentarios:

  1. Lo notable de Schliemann - bueno, tiene muchas cosas excepcionales su vida - pero en cuanto a esa fortuna que amasó es que la puso al servicio de un sueño casi infantil, de su pasión de siempre. Yo diría que un individuo que tiene ese primer éxito material se queda enamorado de su propia figura, en narcisista alabanza por el resto de la vida. A lo sumo se unirá a clubes y círculos de pares, o se interesaría por la política u otro rol de figuración, pero no partiría a buscar ciudades míticas nunca. Después tuvo mucha suerte, por como dice Montanelli, se la merecía.

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  2. Me parece interesante como lo que para algunos es trabajo para otros es ocio. Parece ser la obligación, o la falta de ella el catalizador que hace la diferencia.
    Yo tengo dos actividades principales. Una, mi profesión, que al principio era una pasión y hoy me tiene chato, y la otra una pasión que en algún momento llegó a ser negocio e inmediatamente empezó a perder su encanto. Hoy la abandoné como negocio y volvió a ser la maravilla que antes fue. Cuando me pagaron por hacerlo dejó de gustarme. Hoy que yo pago por practicarla, volvió a ser una pasión. El ser humano es muy complejo.
    Admiraba al chino Ríos, porque pensaba que era un ejemplo a imitar. Hacía lo que le gustaba y le pagaban muy bien por ello. Nop. Si es obligatorio parece que no resulta. Ni para el ni para mi.

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  3. Anónimo, todo un personaje Schliemann "el buen Dios, que siente debilidad por los lunáticos" jaja, que tipazo. Como dicen los gringos "con una misión" y sin ue nadie lo obligara, grandioso.

    Marcelo, claro, cuando uno lo hace obligado es muy diferente. Lo curioso es que esas obligacioes se las imone uno mismo, por miedo al futuro, ambicióno lo que sea, acepta esclavizarse, a nadie le ponen una pistola en la cabeza. A veces es necesario esclavizarse, como decía en mi "filosofía barata" de ante del 2000 "las cosas cuestan plata y la plata cuesta tiempo", cambiamos tiempo por cosas", el asunto es no volverse loco por las cosas y dedicar todo el tiempo a conseguir plata, la ambición es como un saco roto que nunca se llena. Tal como dices, es la obligación lo que marca la diferencia.

    En inglés hay una palabra muy buena para el ocio "leisure" que tiene connotaciones de distracción, pasatiempo, entretención, muy distina a nuestra palabra "ocio" que con el tiempo ha tomado una connotación negativa

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  4. Yo amo el ocio, son un ocioso profesional. Nunca he tomado mejores decisiones que en momentos de ocio. Saber como perder el tiempo es una virtud. Claro que en la casa no me entienden... así es que trato de hacer cómo que hago algo para sobrellevar la situación. Desde que me jubilé el 2018 comencé a vivir mejor. ¡Ja!

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  5. ¡Así se habla mi estimado colega jubilado! Yo también me he pasado toda la vida simulando que trabajo en algo productivo, solo para que no me critiquen por vago. Somos incomprendidos snif

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  6. La busqueda de la felicidad es un poco tonto. Uno busca cosas, en una de esas es feliz. En general, a lo sumo, uno mira atrás y recuerda ciertas épocas como felices - pero tampoco en esos días no se levantaba y decía, oh, que feliz que soy aquí y ahora. Uls

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  7. Sin duda, la felicidad es siempre anticipativa o retrospectiva, uno nunca se siente feliz en el momento de felicidad, sino antes o después

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  8. En todo caso yo estoy bien deformado. Lo reconozco. Si no estoy haciendo algo que genere ingresos, aunque lo disfrute en el momento, me siento “ocioso” y culpable. Y no lo puedo evitar.
    Si sere??

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  9. No hay problema. Cuando los ociosos estemos en el power te mandamos una temporada a un campo de reeducación y listo ¡te convertirás en un ocioso sin complejos!

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"Send me a postcard, drop me a line
Stating point of view
Indicate precisely what you mean to say
Yours sincerely, wasting away
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Mine for evermore
Will you still need me, will you still feed me
When I'm sixty-four"