Recoleta y la pobla

Me escribió Sergio, que vivió hasta los 25 años en Recoleta, el barrio de mi niñez y tiene casi mi misma edad. Más que seguro que alguna vez nos cruzamos o quizá jugamos alguna pichanga en la calle porque no éramos muchos y merodeabamos por todo el barrio como los perros marcando territorio.

Sergio conoce la que fué mi casa porque me dió la ubicación justa, entre Manzano y Recoleta, yo también conozco perfectamente la calle Loreto donde el nació y vivió. Ambos fuimos alumnos del Valentín Letelier, aunque el estudió también en la Academia de Humanidades que, junto con el Murialdo era un colegio más cuico.

El Valentin tenía en esos años dos "anexos" que funcionaban en casas que eran de la época de la colonia, yo estuve en ambos, el 730 había sido una casa de la familia Carrera, viejísima con los tradicionales tres patios, las salas con animales disecados y piso de tablas lleno de hoyos. Debe haber sido en 1965 que construyeron el actual edificio adonde finalmente nos cambiamos. Una vez cortándome el pelo en la Casa Colorada, llegó a lo mismo el rector Luis Galecio, quedé paralizado de terror y asombro al comprobar que el viejo se cortaba el pelo tal como todos los demás.

A propósito ¿saben por que el barrio se llama Recoleta?, resulta que yo tenía un primo incorregible, un demonio que se arrancaba de la casa y hacía mil pilatunadas, al que con el tiempo llegué a querer como mi hermano mayor (hola Camilo, por si estás leyendo) y después de una de sus maldades más heavy fue internado en un convento, por supuesto que no pasó mucho tiempo antes que los curitas -desesperados- lo devolvieran.

Así fué como conocí el maravilloso claustro de la Recoleta Domínica, cuando fuimos a rescatar a mi díscolo primo de los brazos de la Santa Madre Iglesia. El claustro era una ciudad dentro de la ciudad, un mundo aparte donde los monjes vivían encerrados dedicados a sus cosas: rezar, cultivar, criar abejas y todo eso.

Al lado de la Recoleta Domínica había un enorme bloque lleno de minúsculos departamentos de un ambiente que parecían salidos de una novela de Kafka, allí vivía mi profesora de la escuela primaria que tenía un nombre muy florido: Erna Verde Ramos, yo la quería mucho y una vez que estaba enferma la fuimos a visitar, la impresión que me dió su departamento me duró muchos años y lo reconocí inmediatamente cuando leí "El Proceso".

Santiago es una ciudad de barrios, condominios, villas y poblaciones. Los barrios ricos como Las Condes o Dehesa poco a poco se van homogenizando, parece que son unos pocos arquitectos que se copian los planos entre sí, en los alrededores del canal San Carlos es fácil perderse porque los edificios y calles son prácticamente clonados. Los barrios tradicionales como Recoleta, el Salto o Brasil, la gente está siendo desplazada para dar lugar a locales comerciales, aunque todavía quedan bellos y viejísimos "cités" o conventillos donde las familias viven amontonadas en una especie de pequeños planetas independientes.

Los condominios son la clonación llevada a su expresión máxima, cientos de casas y calles idénticas, hasta los jardines y la gente tienden a mimetizarse, son la clase media aspiracional que compra lo mejor que puede obtener con un crédito a 20 años o más. No hay mucho que decir de esos, aparte que son la cuna de nuestro arribismo más rampante: la clase media-que quiere ser alta. Bueno, se que es tonto generalizar pero al menos esa es la tendencia.

Las villas son los condominios de la clase media-media, donde probablemente vive gran parte de la población de Santiago. Están en La Florida, pasado General Velasquez, por Maipú, Pajaritos, en fin, rodean todo Santiago. Son las casitas pareadas de ladrillo que cuestan alrededor de US$ 20.000 donde viven profesores, oficinistas, vendedoras de AFP, todos esas familias que ganan entre US$ 1.000 y US$ 2.000 al mes, viven endeudados y hacen malabares para llegar al fin de mes sin fundirse.

Finalmente están las poblaciones, donde vive el puro pueblo; las madres solteras, los cesantes, los profesionales empobrecidos o de origen humilde que nacieron y se criaron allí, que no se moverían por nada del mundo. Los delincuentes y traficantes de droga, los vendedores ambulantes, los flaites y los encapuchados también son de las poblaciones. La pobla vino a reemplazar lo que antes fue el barrio, hay mucha vida comunal, las amistades y enamistades son más fuertes y ser de una población en cierto sentido te marca y te da una especie de personalidad.

Después de vivir en Recoleta, un fuerte terremoto derrumbó nuestra casa de Juarez 632 y fuimos reubicados en un enorme terreno al lado de la población Nogales, donde muy poco tiempo antes había una plantación de lechugas: limitábamos al norte con los Nogales, al sur con el Zanjón de la Aguada y la línea del tren a San Antonio, al Este con Departamental y al oeste con una cantera. La población Santiago.

Buscando en Internet encuentro que hoy es uno de los bastiones de la ultraizquierda, tiene su propio héroe del FPMR, el Comandante Boris, asesinado durante el Gobierno Militar. Bueno, desde el principio fue una población brava con peleas a cuchillo, balazos y muchos cogoteros. Allí aprendí algunas malas artes pero recuerdo que era un lugar muy agradable para vivir, trasladaron a nuestro barrio completo para allá y mi casa en calle Diagonal 4641 estaba rodeada de mis antiguos vecinos de Recoleta.

La vida en la pobla es casi siempre caricaturizada, no tenía gran diferencia con vivir en cualquier otro barrio y al final los vecinos nos arreglábamos para convivir con toda clase de gente. Porque a diferencia de lo que se cree las poblaciones no son homogeneas, ni en cultura, ni en aspiraciones, ni en política, hasta donde recuerdo había una enorme diversidad, respeto y autocontrol. Tal vez lo único que teníamos en común es que andábamos todos patos.

En esos años todavía existían las poblaciones callampas (equivalentes de las favelas en otros países) donde la gente vivía como en la época de las cavernas, luego aparecieron las tomas: la Victoria debe haber sido de las primeras, tomada por la gente que vivía en las riberas del Zanjón de la Aguada, después los campamentos y finalmente las casas Copeva. En mi opinión los campamentos son mucho mejores que las "soluciones habitacionales" que prácticamente se regalan con la plata de todos los chilenos.

Lo bueno de viajar a Santiago tan espaciado es que uno se da cuenta de los cambios que pasan desapercibidos para los demás. El Metro fue un salto cuantico, también pagado con la plata de todos los chilenos. Otra cosa notable es la presencia de extranjeros: Santiago es hoy una ciudad muy cosmopolita, llena de peruanos, ecuatorianos, colombianos, chinos y gente de todas partes. Si yo fuera autoridad abriría completamente las puertas de la inmigración, creo que una de las mejores cosas que puede recibir el país es la gente de otras partes con ganas de trabajar.