El escoces John Law fue un genio en muchos aspectos. Probablemente fue la mente más brillante en la historia de las finanzas, un jugador vicioso.un dandy, en fin, su agitadísima vida, en versión novelada. se cuenta en el extraordinario libro El Jugador de Claude Cueni, esta novela tiene uno de los mejores comienzos que he leído, casi tan bueno como el comienzo de Las Mil y Una Noches.
John Law inventó el papel moneda en Europa y acumuló enormes riquezas, lo perdió todo varias veces a lo largo de su vida, se dio cuenta de la diferencia entre dinero y riqueza y entendió que el único respaldado del dinero era la confianza de la gente, fue de los primeros en intuir la idea del patrón oro, en la sobre emisión de billetes para "estimular la economía" y fue responsable de la primera gran burbuja especulativa de la historia entre muchas otras cosas. Era un brillante matemático y estadístico, que no se quedaba con los aspectos superficiales, como tienden hacer la mayoría de los científicos. Probablemente nadie entendió la naturaleza del dinero y la riqueza mejor que él.
En la cúspide de su éxito, John Law llegó a ser inspector general de finanzas en Francia durante la regencia de Felipe de Oleans. algo equivalente a un ministro de hacienda con enormes poderes, En ese cargo consolidó la Compañía Perpetua de las Indias Occidentales y dijo su famosa frase, "la economía soy yo", digna del Rey Sol. Primero salvó las finanzas de Francia con lo que se convirtió en un héroe nacional, pero luego vino la especulación y la inflación que le trajeron reputación de estafador. Finalmente se tuvo que arrancar a Venecia donde murió. Una vida impresionante
La novela El Jugador y el libro El Donero de J. K. Galbraith son los dos mejores libros que he leído sobre el tema, si les interesa los pueden descargar de http://bradanovic.cl/tombrad Aprendí mucho de esa novela, solo copiaré el comienzo, que es así:
"-Voy a morir? -preguntó el escocés. Su nariz lacerada goteaba sobre el manto escarlata que lo envolvía. Empujó tres monedas de oro sobre la mesa de roble oscuro y corroído, como si quisiera sobornar a la Muerte. Se reclinó en la silla y miró a su interlocutor con los ojos muy abiertos. La amargura y la contrariedad se apoderaron de él-. ¿Voy a morir? -repitió con su marcado acento escocés.
-Sin duda no habéis hecho tan largo viaje, de Edimburgo a París, sólo para morir aquí -sonrió el doctor Cartier-. No temáis, monsieur Law. Con nosotros estáis en buenas manos.
Costras rojizas cubrían el cuero cabelludo de Cartier. En algunos puntos, el cabello se le había caído a mechones. Tenía el rostro cubierto de un grueso maquillaje de tono claro para camuflar las feas cicatrices de la viruela. Señaló un cuenco de cristal que había en medio de la sólida mesa. Contenía piedras de extraños colores.
-Cálculos renales, monsieur Law. Han causado terribles dolores, pero la gente a la que hemos sacado estas piedras ya no sufre. Esas personas…
-¿Qué probabilidad de sobrevivir tengo, doctor? -lo interrumpió el escocés. Estaba acostumbrado a que respondieran a sus preguntas de manera precisa y sin rodeos. Llevaba el manto escarlata de los banqueros de la orfebrería de Edimburgo.
Cartier se inclinó sobre la mesa y le dirigió una mirada penetrante.
-Monsieur Law, soy cirujano, no matemático. No tengo en mucho a esas nuevas ciencias que se han puesto de moda. El mundo entero se dedica a hacer cálculo de probabilidades. Con vuestro permiso, no son más que tonterías. Sólo Dios decide, no las matemáticas. Durante siglos los mineros suizos nos han destrozado con sus picas en los campos de batalla de Europa, y ahora los hermanos Bernoulli se lanzan sobre la humanidad con sus cálculos de probabilidades máximas. Lo que hasta ahora regía se supone de pronto erróneo. Todo ha de ser nuevamente explicado e interpretado. Y en público. Y de forma accesible a cualquiera. Hoy en día, hasta el último mozo de cuadra ha de entenderlo todo. Ésta es una nueva enfermedad, una plaga. Pero vuestra dolencia, monsieur Law, vuestra dolencia es curable. Desde hace doscientos cincuenta años practicamos la operación de cálculos renales siguiendo las mismas reglas. Esas reglas son secretas, y por buenas razones. ¿Adónde iríamos a parar si cada cual pudiera formarse su propio juicio? ¿Si hasta los campesinos de Holanda practicaran la episiotomía a sus reses? ¡Pero todo el mundo quiere llevar estadísticas y ponerlas a disposición de la humanidad! Cualquier paciente reclama de pronto tablas y estadísticas. Cada paciente un pequeño Bernoulli, un matemático, un pronosticador. ¡Es un pecado contra Dios y contra la monarquía! ¡Cifras, hechos, construir relaciones… predecir el futuro! ¡Adivinar los planes de Dios! ¡Quieren jugar a Dios! Os diré algo, monsieur Law: los cálculos de probabilidad son para los jugadores de azar. -Se detuvo y respiró hondo, sorprendido por haberse excitado tanto.
Law asintió y se inclinó a su vez sobre la pesada mesa:
-Doctor Cartier, yo soy William Law, orfebre y monedero de Edimburgo, Escocia, asesor de la Real Casa de la Moneda. De mis siete hijos y cinco hijas, cuatro han superado la infancia. Esto corresponde a la media estadística de Edimburgo. Así me lo ha contado mi hijo John. Yo sólo quería que me dijerais cuál era la estadística de vuestro hospital, para poder decidir si asumía el riesgo o no. Porque en mi casa, en Lauriston Castle, que he adquirido hace pocas semanas, me esperan mi esposa y mis hijos, John y William.
Sentados el uno frente al otro, por un instante se miraron fijamente, ceñudos y al acecho.
Entonces Cartier suspiró, se incorporó y volvió a empujar los luises de oro hacia el centro de la mesa.
-Monsieur Law, la operación termina en muerte para treinta y un pacientes de cada cien. Pero, si morís, no será sólo un treinta y uno por ciento de vos. La propia muerte siempre es al cien por cien. Por eso no respeto esos cálculos de probabilidad.
Monsieur Law, hace falta muy poco veneno para destruir un cuerpo. A veces sólo hace falta una idea. La nueva matemática es peor que la peste. Si se impone, nada volverá a ser como era.
-El mundo será distinto, eso es todo, doctor Cartier —respondió cansado el escocés-. Algo viejo muere y algo nuevo nace. El conjunto nunca perece. -
William Law sonrió conciliador-. En realidad, sólo os he preguntado sobre vuestra estadística por mi hijo John. No era mi intención poner en duda vuestras capacidades como cirujano. Si habéis tenido esa impresión, lo siento y os pido disculpas".
Lamentablemente esta parte no tiene final feliz, porque unos párrafos más adelante William Law (padre de John Law) muere en la mesa de cirugía en medio de una operación espantosamente dolorosa. Pero el extracto me pareció muy bueno y lo copié para compartirlo con ustedes.
Seguramente muchos de nosotros hemos intentado calcular esa probabilidad, coa perfectamente inútil porque la muerte no es una probabilidad sino una certeza: la probabilidad de morir es 100% siempre, todos nos vamos a morir, uno por uno, aunque a la mayoría le cueste mucho aceptar ese hecho cierto.
En fin, una novela estupenda, que recomiendo a ojos cerrados, a veces la ficción puede encerrar más conocimientos y verdades que los textos científicos o históricos, creo que este es uno de esos casos
memento mori
ResponderBorrarSin ninguna duda. Cada uno de nosotros vamos a estirar la pata, uno por uno. Es una de las dos únicas certezas que existen en este cochino mundo, según la Ley de Hierro de Bradanovic, que dice
ResponderBorrar"De los cuernos y de la muerte no se salva NADIE"
Niall Ferguson en su "El Ascenso del Dinero" también habló mucho de John Law.
ResponderBorrarfue un tipo extraordinario, la biografía novelad puede que exagere un poco, pero dicen que está muy bien documentada
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