En fin, un buen rato que pasamos desglosando la Teoría del Anticipo y el revolucionario estilo arquitectónico de Marco: todos sus edificios son muy bajos y largos o muy altos y estrechos ¿por qué esta nueva estética? hay un gran marco teórico que la sustenta, pero la verdad es que con la impresora de carro angosto todos los planos deben ser bajos y largos o altos y estrechos, ¡esa es la madre del cordero!. Nuestro arquitecto entró en la fiebre consumista, se ha comprado colección de computadores pero ni una sola impresora decente, no hay salud, ¡cómprate otra impresora Perico!. Pasamos un buen rato riendo y sacándole el cuero a los amigos y ex-amigos ausentes.
Algo pasa con mi red wifi, a veces funciona y a veces no y eso que tengo una tremenda antena, me imagino como será mantener operativa una red pública como la de mi idea Arica Virtual ¡tal vez lo piense mejor!, en verdad no es broma mantener la calidad de servicio en algo así, ni me imagino como sería intentar dar acceso gratuito en las poblaciones ¡eso si que sería una completa locura!.
En Chile se dice "guatiar" cuando uno comete un error inusualmente grande, tal vez por analogía a cuando uno se tira al agua y en lugar de entrar clavado golpea con el estómago, es decir "guatea". Algunos guatazos vergonzosos he tenido en mi vida, tanto que de puro acordarme me da verguenza.
Cuando estudiaba en la universidad yo tenía dos obsesiones: una eran los sistemas de riego por goteo y la otra era la computación. Recuerdo que leí por primera vez sobre computación en una revista "Mecánica Popular" en los setentas y me entusiasmó mucho el asunto. En 1978 me llegaba una revista de la Phillips, un número traía la explicación de como funcionan los programas y traía un ejemplo en Assembler explicado paso a paso. Recuerdo que copié todo el artículo a mano en español y le di vueltas hasta que lo entendí completo.
Cada vez me entusiasmaba más el asunto y cuando el loco Fuentes me hizo el curso de programación, me emocioné mucho. Poco a poco se fue corriendo la voz que yo "le pegaba" a la programación. Mi gran oportunidad llegó el día que don Andrés Guiza -que tenía el primer y único computador que había en Arica, un Radio Shack TRS-80- peleó con Diego Aracena, su programador, y me llamó para que tratara de arreglarle el problema.
Lo primero que me dijo fue "mira, yo no quiero un idealista ni un científico que se ponga a experimentar acá. Tengo un problema con el control de inventario y necesito que me lo arreglen como sea, nada de andar jugando con la maquinita". Este recibimiento me cayó como balde de agua fría y sentí una inmediata antipatía hacia mi eventual jefe. Lo que son las cosas, con el tiempo nos hicimos muy amigos y eso es exactamente lo que yo le diría hoy a cualquier ingeniero o técnico que reciérn empieza a trabajar.
Por supuesto que dejé un desastre, fue uno de los dos grandes guatazos de mi historia como programador, borré muchos datos y programas entre otras gracias, al final mi paso por la empresa fue como un pequeño Chernobil, don Andrés se puso en la buena con su antiguo programador y yo seguí practicando porque como ustedes saben, echando a perder se aprende. De ese desastre saqué una enseñanza: jamás hacerme cargo de un proyecto diseñado por otra persona, es la estupidez más grande que uno puede cometer. Si uno es responsable, uno mismo debe hacer el diseño, desde cero.
Pasaron los años y yo nunca me pude jactar de haber sido el primer programador de Arica, me la ganó el perrito Aracena que con el tiempo saco su master, doctorado y hoy se gana la vida confortablemente haciendo clases en la universidad, las cosas de la vida.
Retrocedo en el tiempo a 1976, había terminado de estudiar Técnico Electrónico, mi papá había muerto recién y estábamos en la más completa miseria ¿que hacer?, no quedaba otra que tragarme mi orgullo y salir -puerta a puerta- ofreciendo mis servicios para reparar la radio, el televisor o lo que fuera que tuviesen malo en la casa.
Recuerdo un caso especialmente complicado de un televisor al que no le podía encontrar la maldita falla, mientras toda la familia miraba expectante mis maniobras. La cosa es que le desconecté el cable de alta tensión que va a la pantalla y sin darme cuenta hice un tremendo cortocircuito con humo, explosión y un olor a plástico quemado en toda la casa. Estuve más de un año evitando pasar por ese barrio.
Otra peor fue donde un señor de mucha plata. Por recomendación de unos amigos de mi mamá me dieron el trabajo de arreglar una enorme radio Telefunken. Malditos alemanes, nada más desarmar la botonera y tenía cientos de pequeños resortes y engranajes desparramados por todas partes. El dueño solo me miraba -entre divertido y preocupado- como me saltaban las piezas en la cara mientras trataba de sacarlas. Cuando llegué a las piolas del dial de sintonía -eran varias y más complicadas que el aparejo del buque Esmeralda- me di cuenta que estaba completamente perdido y empecé a transpirar helado. era una cantidad enorme de minúsculas piezas y cordeles que jamás volvería a armar. Con mi mejor sang froid, las ordené cuidadosamente sobre la mesa y me fuí diciendo que terminaría al día siguiente. Obvio que no volví más. Creo que eso fue lo que me convenció definitivamente que tenía que estudiar ingeniería, cueste lo que cueste.
Muchos años después, debe haber sido en 1982 ya tenía bien establecida mi reputación de programador. Había vendido muchos Casio FX-900P y hacía programas de inventarios, cuentas corrientes y cosas por el estilo con los ojos cerrados. En Iquique creo que fui el primer programador y ganaba mi buena plata con eso. Entonces llegaron de la Gobernaciónn Marítima a comprar unos equipos.
Me hice muy amigo del teniente que quedó a cargo y -como él había estudiado en la Universidad Santa María- me propuso que hicieramos un programa entre los dos para el control de los buques que llegaban y salían del puerto. Y empezamos a trabajar, el teniente me daba las ideas y yo iba codificando. Pero el diseño se empezó a enredar más y más hasta que finalmente era algo tan horriblemente complicado que ni siquiera nosotros lo entendíamos. Fué el único programa que recuerdo haber hecho en mi vida que jamás funcionó.
De ese desastre también saqué una enseñanza que después me sirvió mucho: el cliente solo tiene que explicarme el problema, jamás meterse a diseñar la solución. En computación no funciona eso de "el cliente siempre tiene la razón". Es todo lo contrario. Guatazos profesionales, errores, desastres, menos mal que no fueron muchos y siempre saqué una moraleja. En lo profesional nunca he tropezado dos veces con la misma piedra, lástima que no pueda decir lo mismo en otros ámbitos.