Jo-Jo-Jo 2018

Como es costumbre, desempolvo el mismo mono que hice hace más de 10 años para cumplir con el deber social de "saludar" a todos mis amigos de este Templo del Ocio, le cambio el texto y listo. Les solicito amable y encarecidamente que no me manden buenos deseos ni nada de eso, los detesto, y si igual me mandan y no los contesto no se enjojen, ya saben por qué, es que agoté mi provisión de azucar por este año.

Pasemos al limón entonces, o al natre. Muchos saben como detesto estas abominables fiestas y como me veo en la obligación de emborracharme hasta perder la conciencia y así poder soportar el mal rato. La absurda tradición de intercambiar regalos es para mi la negación de lo que significa un regalo, cuando es esperado o socialmente obligado un regalo no vale nada. Por el contrario cuando un regalo es sorpresivo, inesperado y oportuno -por ejemplo las donaciones a la benemérita Fundación que tengo el honor de dirigir- son fuente de sorpresa y alegría enormes. Eso si que son verdaderos regalos, sin ningún motivo y solo por simpatía.

Cuando yo era muy chico, pasábamos la pascua y año nuevo en casa de mi tía Hildegard, con un pino de verdad, cantando oh tannenbaum y escuchando marchas alemanas de la primera guerra. A las 12 se tocaba la canción nacional, tomábamos chocolate y todo eso, lo pasábamos muy bien. Después de eso todas las fiestas fueron bien deprimentes, aunque en algunas con mis primos, en la Población Santiago, nos matamos de la risa, todavía deben acordarse bien. Siempre me acuerdo en las fiestas de mis primos Mario y Camilo, la tía Hilda y mis primos postizos RoseMarie, Alfonso, Heiny, Hermann, tiempos aquellos en su casa del Paradero 18 de Gran Avenida

En fin, al diablo con las malditas fiestas, solo espero pasarlas bien borracho como corresponde. Mañana almorzaré pavo asado con McDonnell, otro que aborrece la navidad y toda su ridícula claque. Al diablo con la paz, el amor y todos esos cuentos, mejor, como decían los valientes españoles "que viva la muerte".