Bueno, yo soy medio raro, porque tengo muchas épocas que recuerdo como las mejores de mi vida: ciertamente cuando era niño en Santiago; cuando adolescente en Arica y Chiloé; los años de Inacap y luego de la universidad; cuando hacía como que trabajaba en la Zona Franca de Iquique; cuando era programador; cuando era profesor en la universidad y en Cedem; cuando fui comerciante; cuando me dedicaba a los negocios raros; cuando simulaba trabajar en la Municipalidad de Tacna y muchas otras épocas que también recuerdo con gran cariño, en fin, tengo una lista interminable de épocas que considero como "los mejores años de mi vida"
Pensándolo bien, durante muchos de esos años tan felices no fui realmente feliz, a veces sufrí mucho pero con los años las he incorporado en el recuerdo como experiencias estupendas y recuerdos inolvidables. Por ejemplo, cuando me tocó viajar por el mundo en 1983 estaba cumpliendo el gran sueño de toda mi vida, pero también fue una experiencia llena de angustias y de inseguridad, tanto que podría decir que el viaje lo disfruté recién cuando volví a mi casa, mi cama y mi baño, bien lejos de los malditos hoteles. Desde esa seguridad recién pude disfrutar del viaje, al menos en los recuerdos.
Siempre me ha pasado así, en mi entrada Moralejas de mi primer trabajo, recuerdo mis años de Zona Franca pero solo me acuerdo de lo bueno, lo otro se me olvidó completamente. Los años más felices recién los empiezo a disfrutar después que ya han pasado, en el momento siempre estoy demasiado ocupado para darme cuenta que lo estoy pasando tan bien. Es muy extraño y creo que a muchos otros les debe pasar lo mismo.
Todo esto a propósito que ayer me llamó un amigo de una de esas épocas de oro, cuando -según recuerdo- vivía feliz haciendo algo que siempre había soñado y cumpliendo con mis delirios ególatras que me han acompañado desde que era chico. Nunca en mi vida tanta gente importante se había interesado por las tonteras que se me ocurrían y eso era una experiencia alucinante para mi. Claro que recién me vine a dar cuenta de eso varios años después, porque en esa época de oro estaba demasiado ocupado y preocupado para digerir la experiencia.
En fin, retrocedí unos quince o más años. Me acordé de la multitud de episodios chuscos, sustos, chascarros, copiosas comilonas y tomateras en lugares caros, tantos viajes inútiles, los constantes reclamos por mi flojera, torpeza y falta de ambición, que gran época. Pero todo lo bueno se termina y cuando se acabó el maldito asunto recién empecé a disfrutarlo en serio, en el recuerdo, claro.
Creo que nunca hay que tomarse muy en serio la plata ni el trabajo, es solo un juego, que si lo tomamos en serio y lo hacemos el centro de nuestra vida estamos fritos. Un gran escritor de esta clase de nostalgia es Ernest Hemingway, casi todas sus novelas son recuerdos de esa clase, en especial Paris era una fiesta, que es uno de mis favoritos, lo recomiendo absolutamente y pueden bajarlo del link.
Estaba pensando justamente en estas tonteras hoy, sentado en la casa, mientras miraba la nueva cocina con el patio recién ordenado, entonces se me ocurrió la disparatada idea que tal vez estoy viviendo los mejores años de mi vida ahora mismo, sin darme cuenta y tal vez en algunos años más, cuando tenga una enfermedad terrible y esté ansioso esperando mi turno para estirar la pata, pensaré que buenos años fueron los que estoy pasando ahora mismo, "ah... si ese tiempo pudiera volver". Como dice mi amiga Fabiola "Todo tiempo pasado fue anterior"
P.D. esa foto es de 1995 y la tomó el Tomás Jr. en Humberstone, noten el graffiti
Yo recuerdo lo bueno, lo malo y lo peor. Creo que recordamos lo bueno porque es lo que tenemos.
ResponderBorrarLo peor es acordarse de las estupideces que hemos hecho. Nos faltaría tiempo para recordarlas todas.
Es lo que hay...
Jajaja Maximo, las numerosas estupideces que he cometido en mi perra vida las borro del disco duro de una, solo me acuerdo de eso cuando estoy en circunstancias similares, para no hacerla dos veces, pero a veces igual caigo!
ResponderBorrarMe parece que Rolando era un crack.
ResponderBorrar!Seguro! Para que le pusieran ese avisito jajaja
ResponderBorrarUn trio... parece que nunca perdere la ingenuidad infantil, yo leia una pareja de lesbis del 89.
ResponderBorrar¡Ídolo Rolando! :D
ResponderBorrarBueno, igual es un tema que se ha comentado antes, pero para agregar algo diferente, esta idealización del pasado también se refleja al extrañar ex-parejas, cuya relación es mejor en retrospectiva que cuando se vivía. Eso se hace más evidente cuando esas parejas se vuelven a juntar y las cosas resultan iguales o peores que antes y obviamente, peor de lo recordado y esperado.
ResponderBorrarEn eso yo no podría opinar porque no he tenido ex parejas, y espero no tenerlas jajaja
ResponderBorrarBueno, yo tampoco, pero me baso en lo que he visto y me han contado jajajaja.
ResponderBorrarjajaja "por lo que me cotó el amigo de un amigo"
ResponderBorrarpor eso el poeta criollo cantÓ:
ResponderBorrarsepan que olvidar lo malo
también es tener memoria
y el cantor cuartetero dijo:
tomo, para no enamorarme
me enamoro, para no tomar
Uls
Martin Fierro tenía respuesta para todo, es un quijote latinoamericano.
ResponderBorrarLa mujer indignada reprende al marido borracho:
-"¡Hasta cuando tomas borracho! ¿Por qué tomas tanto?"
-"Es que tomo para olvidar"
-"¿Para olvidar qué...?"
-".... ¡diablos, se me olvidó...."
Tomas, es cierto que lo que más recordamos es aquello que valió vivir!!! Lo otro sólo sirve de experiencia acumulada para sacar lo mejor de ello...Vive mi amigo ... yo lo hago intensamente...y me gusta!!! Abrazo fraterno!!!
ResponderBorrar¡Carlos, el mejor profesor de nuestra generación! Te hemos pelado mucho con el Waldo Gonzalez y con mis compañeros cuando nos juntamos, tenemos un gran recuerdo de tus clases y de tu ejemplo, estás entre los mejores recuerdos
ResponderBorrarUn fuerte abrazo!
A propósito, ¡que bueno este texto de Borges!
ResponderBorrarAmamos lo que no conocemos, lo ya perdido.
El barrio que fue las orillas.
Los antiguos, que ya no pueden defraudarnos,
porque son mito y esplendor.
Los seis volúmenes de Schopenhauer,
que no acabaremos de leer.
El recuerdo, no la lectura, de la segunda parte del Quijote.
El oriente, que sin duda no existe para el afghano, el persa o el tártaro.
Nuestros mayores, con los que no podríamos conversar durante un cuarto de hora.
Las cambiantes formas de la memoria, que está hecha de olvido.
Los idiomas que apenas desciframos.
Algún verso latino o sajón, que no es otra cosa que un hábito.
Los amigos que no pueden faltarnos, porque se han muerto.
El ilimitado nombre de Shakespeare.
La mujer que está a nuestro lado y que es tan distinta.
El ajedrez y el álgebra, que no sé.