A foggy day

Ocioso: he andado todos estos días cultivando el más perfecto ocio, tanto así que un amigo con quien me encontré anoche me preguntó si no me aburría de no hacer nada. Interesante pregunta que tiene una respuesta corta y una larga. La respuesta corta es no.

Para la respuesta larga tendría que retroceder varios años atrás cuando de la noche a la mañana, yo que nunca en mi vida me había subido a un avión, me ví metido en un largo viaje. En septiembre de 1983, venía de vuelta desde Frankfurt donde había pasado una semana con mi primo Camilo y su familia que vivían allá.

Llegué a Londres apestado, mi ánimo en ese momento podría describirse como post coitum triste porque después de disfrutar mucho en Frankfort y París me bajó la pálida. Me costó encontrar alojamiento por problemas de racismo y el clima era asqueroso: a mediodía calor y las cinco de la tarde empezaba a oscurecer. En fin, una serie de pequeñas molestias que se fueron acumulando hasta que empecé a sentir una angustia que probablemente muchos que han viajado lejos han sentido alguna vez: ese sentimiento de ¡quiero estar en mi casa!.

Pero estaba en London Town, de mal humor para remate, así es como pasé los días más aburridos de mi vida. En la mañana me ponía a conversar con el dueño de la pensión mientras mirábamos tomar desayuno a los pensionistas cara-de-pájaro. A mediodía me iba a hacer hora en las gradas de San Pablo donde estába lleno de tipos raros más aburridos que yo, pasadas las cinco me encerraba a dormir. Traté de salir en la noche pero los precios me espantaron así es que la pasé encerrado y deprimido.

¿Por que nos aburrimos? creo que depende de cada persona pero yo lo paso perfecto acá en la casa, todo el día vagando y jamás me he aburrido, creo que no depende de lo que uno esté haciendo o de lo que pueda hacer, ví mucha gente aburrida en Londres, en Nueva York y en todos esos lados donde se supone que la gente jamás se aburre. Los que no tienen mucha vida interior tienen que embrutecerse haciendo cosas, yo podría pasar horas mirando el techo, soy el prisionero perfecto. Larga vida al ocio.

Hace falta un bar en Arica: los ariqueños antiguos deben recordar al Trianon, un pequeño bar en calle Arturo Prat, el caso es que desde que desapareció su lugar nunca volvió a ser llenado en la ciudad. Han habido intentos que mejor no menciono, pero ninguno ha resultado.

Mi teoría es que un bar no es un lugar simpatico, como el Altillo, el Naif y otros por el estilo, ese es otro nicho, a imitación de los lugares del barrio Suecia de Santiago, que a su vez son imitación de... en fin, somos copiones. Un tipo hace muchos años puso en Santiago el Pub del Inglés, le fué bien y la idea fue copiada hasta la nausea. Eso no es, en mi opinión, un bar sino un negocio simpático para vender trago. Simpático es un adjetivo que todo bar decente debe evitar como una maldición y un estigma.

Los bares tienen ciertos códigos y requisitos universales que no se pueden obtener con plata, un buen bar es en gran parte magia que no puede conseguirse si no está el dueño desde que abre hasta la hora de cerrar, menos si se piensa exclusivamente como una inversión común y corriente. Detrás de un buen bar siempre hay un ideal y mucha dedicación. Por eso los bares buenos son contados con los dedos de la mano, en Arica no hay ni uno y en Santiago sobran dedos. La mayoría de los realmente buenos están en vías de desaparecer.

En fin, se acerca San Patricio y esto me pone a pensar en el copete, es un tema demasiado serio y seguramente volveré sobre eso en estos días. Antes de despedirme -como en la radio- quiero mandan un saludo a Betzabé Norambuena que me escribió hoy, viví en la casa de sus padres en Ancud los años más intensos de mi vida, los recordaré siempre a todos ellos, los llevaré conmigo hasta el momento mismo en que estire la pata. Tiempos aquellos...