Ese si que debe ser buen negocio.

Todo partió con una inocente pregunta de Rodrigo el domingo pasado , cuando me dijo "oye, ya que te gusta escribir ¿por que no escribis un libro?". La verdad es que yo escribí un libro y para la sección aventuras raras les paso a contar como fue la cosa.

Debe haber sido el año 1992, cuando estaba en lo más hondo de la miseria, viviendo en una pieza donde la tía Silvia -la famosa ex vedette del Manhattan y mujer de corazón de oro- cuando me quebraba la cabeza sobre como hacer unos cuantos billetes para salir del paso.

En eso me encontré con mi amigo Anibal Godoy (siempre los amigos) que tenía una imprenta con tanto o más problemas que yo mismo. Entonces el Anibal me dijo "escríbete un libro de computación, lo vendes en los kioscos y me lo vas pagando a medida que se vaya vendiendo". Gran idea, así fue como salió de mis manos esa joya literaria llamada "¡Sáquele Provecho a su Computador! 200 recetas prácticas".

Cuando lo tuve en mis manos me sentí en el olimpo, y tragándome la verguenza salí a ofrecerlo a los kioscos de revistas y a las pocas librerías de Arica, por supuesto que nadie me lo compró pero la mayoría aceptaron ponerlo en oferta e ir pagándolo a medida que se vendieran. Eso significaba un trabajo doble o triple porque tenía que andar cobrando por todos lados y retirando los que no se habían vendido, pero al poco tiempo ya había vendido la primera edición de cien ejemplares. Me costaban mil pesos y los vendía en dos mil así es que me quedaron cien mil en el bolsillo que en esoa años eran buena plata.

Y me fuí con la segunda edición de cien más la que empecé a vender de manera directa (ya se me había pasado un poco la verguenza) en los regimientos, institutos y en la universidad, ya me estaba empezando a gustar la cosa. En la segunda vuelta me fue más o menos bien y aunque varios me quedaron debiendo igual se me acabaron.

Entonces me puse malo y decidí saltarme al intermediario: saqué fotocopias y como me había sacado muchas tapas de prueba de la imprenta mis costos bajaron de manera dramática: ahora los libros me costaban menos de 500 pesos. Pero como Dios castiga al malvado no vendí ni uno solo de esa edición trucha y me los tuve que comer uno a uno resignadamente. Unos años después los pude colocar como parte de un curso que estaba ofreciendo, pero nunca se me olvidó la lección "no te saltes al intermediario".

De puro envidiosos no me dieron el premio Nobel, mi libro demás lo merecía, así es que ya cumplí con el proberbio chino ese de plantar un hijo, escribir un árbol y tener un libro. Siempre he pensado que si me quedo en la miseria de nuevo bien podría escribir otro libro, pero esta vez creo que probaría con la pornografía, ese si que debe ser buen negocio.