Alive again!

Aprovechando que -al fin- me sobraron unas pocas lucas, me puse en campaña para arreglar el green monster, con el grave inconveniente que ya no puedo contar con mi vecino mecánico, así es que empieza de nuevo mi peregrinaje en busca del mecánico eficiente. Tengo varios problemas, partiendo por que no puedo mover el auto, tiene las cañerías de freno rotas y mi casa está en una de las peores pendientes de Arica. Ni muerto me arriesgaría a bajar por ahí sin frenos y aunque una vez lo hice con la camioneta, no voy a tentar a la suerte dos veces.

Entonces me puse a buscar un mecánico a domicilio, que viviera cerca de mi casa. En el Cerro La Cruz encontré a Chimaja, uno que ya conocía pero nunca me dió confianza porque es el típico negativo: todo para él es difícil y caro, siempre se imagina lo peor. Hay dos tipos de mecánicos en el mundo: los optimistas que todo lo ven fácil y que se ponen a desarmar un motor aunque no tengan idea y los pesimistas que se desalientan apenas ven el problema. No se cual de los dos es peor pero siempre si no es uno es otro. Chimaja es un pesimista y -aunque eso puede ser más seguro- a mi me baja el ánimo, hoy de nuevo me dejó con la moral por el suelo pero quedamos en que a la tarde traería el camión para remolcar el auto a su casa. Lo bueno que es barato, unos US$ 15 por todo el trabajo y el mismo se encargará de ir a la chatarra a buscar cañerías de autos antiguos.

Chimaja es un ejemplo de los pequeños negocios de subsistencia que abundan en Arica, tiene un taller increíblemente desordenado en el patio de su casa, al frente está lleno de autos viejos aparentemente botados y en la noche trabaja manejando un taxi colectivo: gana poco y gasta poco como buen ariqueño neto.

Hablemos de (puaj) trabajo. Una gran crisis en el proyecto informático que estoy supervisando. Están cambiando de plataforma todos los sistemas de información municipales y decidieron hacer un cambio al estilo Transantiago: el sistema más complejo cambió completamente en un solo día y ahora lo están lamentando, pero que hacer, el mal ya está hecho y las críticas caen con piedras, palos e insultos. En situaciones de emergencia las personas tienden a actuar irracionalmente y hay que tratar de ponerlos a pensar de manera lógica de nuevo.

Cuando hay problemas siempre sigue una tormenta de acusaciones mutuas, los seres humanos somos campeones en racionalizar nuestro comportamiento, encontrar explicaciones y enfocar la culpa en algún tercero. Siempre se minimizan los errores propios y se agigantan los ajenos porque el juego de la culpa es como pasar un fósforo encendido de mano en mano, el último se quema los dedos. Pero mientras todos se preocupan por encontrar a los responsables el problema sigue igual. El caso es que nos juntamos y les hablé de la inutilidad de ponerse a buscar explicaciones, a partir de eso empezamos a ver como solucionar los problemas y espero que todo se arregle para el próximo mes. En verdad trabajo muy poco pero trato de aportar algo útil, he visto los mismos problemas muchas veces y siempre son más de ingeniería social que asuntos técnicos.

Uno de los grandes problemas en estos proyectos es que los ingenieros de software no son muy buenos socializando, tienden a ser un poco arrogantes y rara vez piensan en los usuarios o los operadores del sistema como sus clientes, tienen ideas más o menos monolíticas sobre el diseño y -aunque muchas veces son correctas- fallan en convencer a los demás para que las acepten, por lo general son muy malos vendedores. Como yo era igualito cuando trabajaba en eso, ahora que me doy cuenta del problema creo que puedo ayudar a mantener aceitada la maquina.

Una reflexión de Bedo a la entrada anterior me hizo pensar también que pasa algo parecido con los empleados públicos, este es un problema cultural muy antiguo que debe venir de las grandes burocracias de los gobiernos radicales, o tal vez de antes. Se trata del endiosamiento de la figura del empleado público, convertido en una especie de santo, noble, sacrificado, honrado hasta el extremo. Esta visión idealizada del empleado público ciertamente no tiene nada que ver con la realidad, son trabajadores como cualquier otro, hay buenos y malos. Desde que muchos son inamovibles la cantidad de empleados públicos malos y auto convencidos de sus santidad ha ido creciendo. Es natural que alguien que no puede ser despedido comience a convencerse de su inmortalidad y que es una especie de santo, no tiene nada de raro, es cuestión de mirar a los del colegio de profesores.

En Perú todavía existe el sistema de Colegios Profesionales únicos, donde los que no son colegiados no pueden acceder a casi ningún puesto de responsabilidad del estado. Menos mal que en Chile eso ya no existe. Cuando llegué allá fuí a averiguar como me podían dar una colegiatura temporal para no trabajar como medio pollo, en el Colegio de Ingenieros me dieron dos páginas con requisitos pero el principal era pagar 600 dólares por año, me pareció una frescura, prefiero ser half chicken, mientras más humilde el trabajo menos lo extrañaré cuando me echen.

Los colegios profesionales son una buena idea en teoría: los profesionales de una misma área se asocian y libremente eligen a una directiva, entre ellos regulan que no existan malas prácticas ni abusos, hacen actividades sociales y etc. etc. Yo estuve inscrito en el IEEE por un par de años. Esa es la teoría, pero en la práctica tienen los mismos problemas de la política: se forman oligarquías de manera casi automáticas y se convierten en pequeñas dictaduras, maquinitas dedicadas a obtener privilegios y perjudicar a los que no están colegiados. En la realidad es el mismo principio de la mafia o muy parecido. Que buena medida fue quitarles poder a los sindicatos y colegios profesionales en Chile, ojalá que no vuelvan nunca más, o que existan si quieren, pero sin tener poder de ninguna clase.

Hoy flojeo, me dedicaré a arreglar el auto después de almuerzo así es que hasta aquí nomás lo dejo. Hasta mañana.