Las autopistas concesionadas

A propósito de Santiago hay un gran barullo por el alza de tarifas en las autopistas concesionadas en estos días. Sobre esto hay algunas cosas que me gustaría comentar.

Si no me equivoco las vías concesionadas empezaron con la concertación y no serían parte de la herencia nefasta de privatizaciones de los militares como algunos suelen decir. Con el tiempo yo he llegado a estar muy contento con la privatización de muchos servicios básicos, incluso monopolios naturales que hoy funcionan mucho mejor que cuando estaban en manos del estado.

Pero privatizar caminos es otra cosa, no es que me escandalize la idea de que se hagan caminos privados y se cobre por usarlos, solo digo que no es lo mismo que privatizar la luz o el agua que siempre fue pagada por los usuarios, que privatizar los caminos que siempre fueron costeados por el fisco vía impuestos. Por lo menos hay un elemento nuevo: algo que era gratis hoy cuesta plata. Si privatizar los caminos no tuviese nada de malo ¿por que no privatizarlos todos?, no hay que pensarlo mucho para suponer que la indignación popular al cortar el derecho de paso sería enorme.

El problema básico es que siendo un país de impuestos bastante altos donde tradicionalmente se ha usado esa plata para construir infraestructura pública (caminos) ahora el estado se deshace del gasto tradicional y sigue cobrando los mismos impuestos. Si mañana al estado se le ocurre cobrarnos una determinada suma mensual para los sueldos de las Fuerzas Armadas y Carabineros, la cosa provocará un malestar muy parecido por similares razones. Al final el gran ganador neto con todo esto ha sido el fisco.

Y el culpable de todo también han sido las políticas de estado que han resultado en la aglomeración de más del 40% de la población del país en menos del 5% del territorio, o sea el estado creó el problema y el mismo estado lo agrava, en poco tiempo más la congestión seguirá igual que antes de las vías concesionadas, con la diferencia que la gente tendrá que pagar más por casi todo. Es un ejemplo típico donde el estado tiene intereses opuestos a los de la gente común y usa su represión para obligarlos, les guste o no.

Cuando el estado se transforma en una camarilla que defiende los intereses de sus funcionarios y amigos perjudicando a la gente, se corre el riesgo que las personas empiecen a considerar racional dejar de pagar. Si yo viviese en Santiago y me sintiera lo suficientemente indignado por los contratos leoninos de las concesionarias y la política de hechos consumados del gobierno haría algo muy simple: no dejaría ningún bien a mi nombre, reventaría el TAG y antes que me hagan juicio transpasaría mi auto a propiedad de una limitada. Después me sentaría feliz a esperar que me cobren la multa de 40 veces lo adeudado. Es cosa de tiempo para que la gente encuentre la forma de dejar de pagar y todo el brillante sistema se vaya al diablo.

Porque esto no es un puro problema de congestión o economía, hay también un componente psicológico muy fuerte entre la gente que es la percepción de que hay una pandilla de sinverguenzas en la alta administración pública que está abusando de su poder en beneficio propio. Chile es un país con una espléndida economía para el fisco, una economía mediocre para las grandes empresas y una economía horrible para las empresas medianas, pequeñas y los asalariados. Esa es la madre del cordero.

Bueno, todo esto a propósito de lo irracional que me parece el hecho de vivir en Santiago. Para hacerse una idea, Houston, la cuarta ciudad más grande de USA tiene menos de 2 millones de habitantes ¡Santiago tiene más de 6 millones!, esta tremenda concentración de gente muestra el subdesarrollo subyacente en nuestro país, en algunas cosas somos igual que el Perú o Mexico. Con una distribución más racional de la población Santiago debería tener a lo sumo 2 millones de habitantes, pero que hacer, es lo que hay nomás.