Llegar y llevar

Cuando yo era un chiquilin (uhhhh) no hace muchos años atrás, existía una expresión para referirse a una cosa (o una mujer) que era muy fácil: la Polar... llegar y llevar. El dicho, que era el slogan publicitario de la empresa del mismo nombre, perduró en el tiempo y hasta el día de hoy cualquier chileno lo reconoce sin problemas.

El origen de esta expresión es de una tienda santiaguina que nació a principios del siglo 20 y que fue de las primeras en dar crédito directo a sus clientes. Por eso era "llegar y llevar... pero después pagar", aunque parece que con el tiempo se les olvidó la segunda parte. En su tienda de Estación Central mi mamá compró -en cómodas cuotas mensuales- una radio marca Minuet que nos entretuvo durante un montón de años. Era la típica tienda para clase media baja, donde los obreros compraban al crédito y por lo general pagaban puntualmente, aunque no pasara nada si no pagabas. Eran otros tiempos.

En los años 80, uno de los primeros efectos notables del enriquecimiento general de los chilenos fue la explosión del retail y todas esas tiendas tradicionales que nacieron como satrerías y con los años se convirtieron en pequeñas tiendas de departamento tenían un activo incalculable en sus bases de clientes. El crédito directo que daban antes se profesionalizó y aparecieron, tal como en Perú después de Fujimori- los bancos y financieras asociados a cada una de las tiendas con sus respectivas tarjetas de crédito, para llegar y llevar... y después pagar.

A mediados de los ochentas vino un gran crack bancario y productivo que cambió violentamente la Ley de Bancos, desde un modelo permisivo y desregulado a otro extremadamente conservador y repleto de regulaciones. Este cambio tuvo buenas y malas consecuencias, la buena es que tenemos uno de los sistemas bancarios más sólidos del mundo, que ha pasado por varias crisis mundiales sin un rasguño. La mala que es un sistema monopólico, extremadamente caro y repleto de barreras de entrada, que hace de la banca chilena uno de los negocios más rentables del mundo. Todo tiene su precio.

Con una banca leonina, que solo admite clientes seguros, quedó el campo abierto para que las financieras del retail ofrecieran créditos a los segmentos económicos más bajos y así proliferaron las tarjetas de casas comerciales, entregadas casi sin ningún requisito de solvencia con un cupo relativamente bajo. Los chilenos de la clase media baja se volcaron en masa a esas tarjetas, que por su alto riesgo resultan carísimas para el deudor, pero le permiten hacer piruetas financieras de mes a mes. Las necesidades son infinitas y siempre se ajustan a la máxima capacidad de gasto de las personas.

La combinación retail+crédito fácil llevó al crecimiento explosivo de estas tiendas que llegaron a considerarse tan solventes que no tenían problemas en colocar bonos y convertirse en "AFPables" o sea empresas lo suficientemente seguras como para que los fondos de pensiones inviertan en ellas.

Pero los chilenos hoy no son como antes, cada vez tienen más necesidades y menos escrúpulos, pronto se dieron cuenta que teniendo varias tarjetas en la familia podía ir reventándolas una por una, porque lo único que pasa si no pagan es quedar con un mal historial de crédito, algo que tiene la gran mayoría de los chilenos.

Los controladores de la retail/financiera La Polar por su parte, igualmente inescupulosos, no incluyeron en los balances la enorme cantidad de incobrables que que les iba acumulando-se estima que la deuda es siete veces mayor que las utilidades obtenidas el año pasado- para que la empresa pareciera sana y siguieran invirtiendo plata en ella.

Es un scam más viejo que el hilo negro, falsear los balances es algo que hacemos todos, unos por no pagar impuestos y otros por engañar a los inversores. Está bien estudiado en la "teoría de agencia", cuando los controladores y ejecutivos de una sociedad anónima engañan a los accionistas y al público para enriquecerse ellos mismos. Y la solución no es más regulaciones sino más educación económica.

En Estados Unidos a Bernie Madoff le dieron 150 años de cárcel por falsear estados financieros, eso sería imposible en nuestro país. Y aunque tuvieran 500 años de cárcel lo seguirían haciendo porque es un riesgo que vale la pena, regular no soluciona nada, solo encarece las transacciones.

Como siempre ocurre en estos casos aparecerán los giles haciendo discursos moralistas contra la usura y el lucro, si pudiesen ellos mismos serían los más grandes usureros, hablan de pura envidia por haber quedado fuera. Esta es una lección que se viene repitiendo desde el principio de la civilización: las finanzas están estrechamente asociadas al riesgo y a la información, solo un completo tonto cree que puede obtener ganancias a cero riesgo.

Aunque parece que jamás van a aprender, como dijo un amigo: que vivan los tontos porque podemos vivir de ellos, hay que presentarles minas para que se reproduzcan. Y esa fue la triste historia de La Polar: llegar y llevar... pero sin pagar. Hasta mañana.