Como los secuestros de aviones

Me tocó tomar, la semana pasada, una tesis de grado bien interesante sobre estrategia comunicacional para las empresas mineras en Perú. Resulta que el tema ambientalista se ha convertido en una rica veta de aprovechamiento político que entrega muy buenos beneficios a quienes lo explotan, prácticamente gratis.

Así, un tipo que no lo conoce nadie, sin talento ni ideas de nada puede obtener de la noche a la mañana la notoriedad pública a costo cero. Como es un tema que vende, los diarios, radio y televisión son generosos para darle espacio, mientras los políticos y jueces se suman al apoyo con la esperanza de ganar popularidad. Es un negocio redondito.

Muchos años atrás, cuando yo era un muchachito, se puso de moda secuestrar aviones a Cuba. Cuando el avión llegaba a la isla, Fidel en persona les regalaba habanos a los pasajeros y el secuestrador era recibido con honores de revolucionario, los pilotos tenían orden de obedecer siempre al secuestrador para proteger a los pasajeros.

Después apareció el invento de secuestrar bancos con un papelito. Los cajeros recibieron órdenes de entregar el dinero inmediatamente, aunque el asaltante no mostrara un arma, total, tenían seguro que los cubría y tampoco actuaban para no poner en riesgo la seguridad de los clientes.

 Lo que pasó en estos dos casos es que la impunidad hizo crecer tanto estas cosas que ya cualquiera secuestraba aviones o robaba bancos a riesgo cero, pero las primas de seguro se empezaron a ir a las nubes y al final eran los propios pasajeros de avión o clientes de banco que terminaban pagando -con creces- las travesuras de secuestradores y asaltantes. Entonces a Fidel se la pusieron dura y Cuba dejó de ser santuario para secuestrar aviones. Otros países como Libia que trataron de seguirla no terminaron muy bien ue digamos. Algo parecido ocurrió con los asaltos de bancos: se endureció la represión y chao.

Es lo que está pasando hoy con los ambientalistas en Chile y Perú, tienen en las manos un negocio muy rentable a cero costo, pueden trabar inversiones enormes con total impunidad, ayudados por jueces y políticos así es que se han convertido en la nueva versión de los secuestradores de aviones.

La última perlita que tuvimos en Arica -Tontilandia- fue que la Ilustrísima Corte de Apelaciones ordenó que se haga nuevamente el estudio de impacto ambiental para la generadora de Cerro Chuño y los únicos que ganarán con esto serán los que hagan los estudios, van a estar felices. Si se determina que la generadora no causa contaminación sobre la norma, que es lo lógico, los ambientalistas seguirán reclamando y quemando neumáticos porque ese es su negocio. La seguridad energética de la ciudad en caso de terremoto les importa un pucho, solo les interesa su propio beneficio.

Y así en el resto de Chile, se montó una verdadera industria para oponerse a todas las plantas generadoras de electricidad viables y para reclamar contra cualquier operación minera bajo cualquier pretexto. Es el negocio del año porque da prensa y popularidad gratis.

Es una industria de la extorsión, disfrazada de bien público y que se aprovecha del idealismo -superficial- de los ignorantes. No tiene nada de malo que se trate de controlar la contaminación y que se hagan estudios y exijan salvaguardias a cada proyecto potencialmente contaminante. El problema es que hoy eso está en manos de cualquier charlatán ambicioso y en lugar de discutirse dentro del ámbito técnico hoy se grita y salen a la calle pandillas de matones y sinverguenzas con ambiciones políticas que se imponen.

 A mi no se me ocurriría discutir con un neurocirujano sobre cuestiones de su especialidad si no entiendo un pepino del maldito asunto. Sin embargo está lleno de gañanes ignorantes que hablan de química, economía, procesos industriales y generación eléctrica como si fueran doctores. Que peste más grande, tendrá que venir un colapso para que alguien se ponga los pantalñones y mande al diablo a esta tracalada de palurdos pasados a tele. Por mientras, a pagar más nomás, nosotros los giles como siempre somos los que al final pagamos.