Un engaño casi perfecto

Como vimos en la entrada pasada, a partir de la Segunda Guerra Mundial se implementó el sistema internacional destinado a justificar el uso de la fuerza contra estados que no respetaran la "dignidad humana", esto se tradujo en la Carta de Derechos Humanos que originalmente tenía 30 artículos.

Pero como los derechos son gratis y se poseen por el solo hecho de haber nacido, esta fue una idea que le encantó a la gente común -a todo el mundo le gustan los almuerzos gratis- y los políticos al darse cuenta de esto fueron creando nuevos derechos hasta llegar a la enorme lista que tenemos hoy, que sigue creciendo cada año.

Esto actúa como un narcótico sobre las pèrsonas, que no dejan de enfermarse porque exista un derecho a la salud, ni obtienen títulos universitarios porque exista un derecho a la educación, no consiguen un puesto porque existe un derecho al trabajo, etc. etc. Como ningún gobierno puede asegurar esas cosas, lo que ocurre es que entregan sucedáneos. En lugar de salud entregan hospitales y servicios médicos "gratis", en lugar de educación dan matrículas "gratis", en lugar de trabajo dan subsidios.

El monumental engaño es que todo eso se paga con el mismo dinero de los beneficiados, que terminan pagando tres o cuatro veces más por los regalos del estado en forma de más impuestos y la cesantía que se deriva de esto, además es obvio que la burocracia que administra la entrega de estos regalos se roba buena parte de la plata para si mismos.

Entonces las personas se ponen furiosas por la mala calidad de los servicios de salud, de educación y por la cesantía, culpan al gobierno porque no les da más (como si pudiera) y los políticos desplazan la culpa a los ricos o los banqueros alegando que abusan de los pobres. Es la forma de pensar característica de los perdedores, que creen merecer mucho más de lo que reciben y viven resentidos echándole la culpa de sus problemas a los poderosos.

Como Pareto notó hace años, en todos los lugares y bajo cualquier sistema, el 20% de las personas genera y conserva el 80% de la riqueza, la proporción no es matemáticamente exacta pero es una distribución que se observa en todo lo que tenga que ver con el comportamiento humano. El problema entonces es aplacar al 80% restante que se tendrá que repartir el 20% que queda, para ellos los políticos inventaron el sucedáneo de los derechos: como no son capaces de generar valor por si mismos les dicen que por solo haber nacido tienen dignidad humana y en base a ello tienen derechos. Como es imposible satisfacer materialmente esos derechos el estado les entrega sucedáneos, alimenta el resentimiento y desvía la culpa. Es un engaño casi perfecto.

Hay cientos de ejemplos de este engaño, miren por ejemplo la educación superior, donde a las personas les han vendido la idea que todos tienen derecho a ser profesionales universitarios. Pero resulta que por más que bajen las exigencias solo el 20% de los que ingresan a estudiar llega a titularse y el 80% restante no tuvo la capacidad, perseverancia ni las ganas de terminar con éxito ¿de quien es la culpa? del sistema educativo excluyente, de la sociedad injusta, de la distribución dispareja del ingreso y bla, bla, bla.

Pero la culpa real es la falta de capacidad, perseverancia y ganas de los estudiantes. Los que hemos hecho clases sabemos que como mucho un 10% de los estudiantes de la clase merecen aprobar el ramo, pero hay presiones del sistema -gracias al lucro- que obligan a bajar las exigencias y el porcentaje de egresados se estira hasta un 20%. Es divertido ver que el 80% de los que fracasan y el 10% de los que se titulan -sin merecerlo- reclaman contra el lucro, siendo que de no existir lucro en la educación jamás habrían tenido la posibilidad de titularse o siquiera de entrar a estudiar. Cada años egresan profesionales malos, que deberían haber fracasado y que de alguna manera compraron su título, esos son los mismos que reclaman furiosos contra el lucro.

En la entrada de ayer vimos como la idea de la dignidad humana, inalienable y adquirida por solo haber nacido creó un sistema internacional que justifica el abuso de los países poderosos. Esa misma idea a nivel de estados nacionales, es usada por los políticos para preservar el sistema del 80-20 y mantener apaciguados al 80% de los perdedores por medio de la proliferación de sus derechos, desviando la culpa hacia enemigos imaginarios "los ricos", "los banqueros" y otros por el estilo a los que nunca podrán alcanzar.