Anoche empecé a escribir mi entrada para hoy,y -como hago casi siempre- escribía pedazos mientras buscaba algunas cosas en Internet. Así me tropecé con algo nada que ver que me llamó la atención: el libro Siete Cuentos Góticos de Isak Dinensen.
Creo que lo he mencionado acá mismo, yo soy un fanático admirador de esa escritora danesa que escogió un nombre de hombre como seudónimo literario. Su verdadero nombre era Karen, baronesa Von Blixen y escribió el maravilloso libro Memorias de Africa, del que se hizo una deslavada película años más tarde.
Bueno, la cosa es que me puse a leer uno de los cuentos góticos que se llama El Mono, y ya no pude dejar de leerlo, lo terminé muy de madrugada así es que la entrada y el nulla dies sine linea se me fue al diablo, porque la dejé a medio terminar.
El cuento es una historia disparatada, con una abadesa, su sobrino -un joven oficial de la aristocracia- y una musculosa doncella, salvaje como el demonio. La abadesa tenía un mono que hacia el final del cuento se la viola frente a los dos jóvenes y la deja muy contenta. Así de absurda es la historia. Pero tiene su miga.
Isak Dinensen tenía una facilidad increíble para contar historias, su libro Memorias de Africa es autobiografico y la historia está contada de manera convencional. Creo que si alguien no lo ha leído, se ha perdido algo muy importante, es de esas cosas que todos deberían leer alguna vez.
Pero en sus cuentos es una escritora muy diferente, a mi me parece que tiene una gran similitud con los cuentos de Franz Kafka, para que juzgen ustedes mismos copiaré un cuento -que está insertado a título de nada en sus Memorias de Africa- aquí va:
El zoologico ambulante (Isak Dinensen)
Hace unos cien años un viajero danés en Hamburgo, el conde Schlimmelmann, se encontró con un pequeño zoológico ambulante y le gustó extraordinariamente. Mientras estuvo en Hamburgo diariamente lo visitaba, aunque le hubiera resultado difícil explicar cual era el atractivo real de las caravanas sucias y desvencijadas. La verdad era que el zoológico respondía a algo que estaba dentro de su mente. Afuera era invierno y hacía mucho frio. En el cobertizo el guardián había encendido la vieja estufa hasta que hubo un rosado esplendor en la sombra amarronada del corredor, junto a las jaulas de los animales, pero las corrientes continuaban y el aire cortante penetraba hasta los huesos.
El conde Schlimmelmann estaba absorto en la contemplación de la hiena cuando el propietario del zoológico ambulante llegó y le habló. El propietario era un pálido hombrecillo de naríz aplastada, que en el pasado había sido estudiante de Teología hasta que tuvo que dejar la Facultad por un escándalo y había ido cayendo, paso a paso, cada vez mas bajo.
-Su excelencia hace muy bien en mirar a las hienas -dijo-. Ha sido una gran cosa traer una hiena hasta Hamburgo, donde nunca había habido antes. Todas la hienas son hermafroditas y en Africa, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el doble papel de macho y hembra. ¿Lo sabía usted?.
-No -dijo el conde Schlimmelmann con un ligero movimiento de disgusto.
-¿No cree su excelencia -dijo el empresario- que, a la vista de este hecho, debe ser más duro para la hiena que para otros animales estar encerada en una jaula? ¿Sentirá un doble deseo o estará, porque se reunen en ella las complementarias cualidades de la creación, satizfecha y en armonía? En otras palabras, ya que todos somos prisioneros en la vida ¿somos más felices o más desgraciados cuanto más talento poseemos?
-Es curioso -dijo el conde Schlimmelmann, que estaba absorto en sus propios pensamientos y no prestaba atención al empresario- comprobar que tantos cientos, hasta miles de hienas han vivido y han muerto para que podamos, finalmente, traer aquí a este espécimen, para que el pueblo de Hamburgo pueda saber lo que es una hiena y que los narturalistas puedan estudiarla.
Avanzaron para mirar las jirafas de la jaula vecina.
-Los animales salvajes -continuó el conde- que corren por las tierras salvajes no existen realmente. Este existe, le hemos dado un nombre, sabemos cómo es. Los otros pueden no haber existido; sin embargo, son la inmensa mayoría. La naturaleza es extravagante.
El empresario se echó hacia atrás su gorro forrado de piel, debajo del cual no había ya ni un cabello.
-Se ven mutuamente -dijo.
-Hasta eso se puede discutir -dijo el conde Schlimmelmann después de una corta pausa-. Esas jirafas, por ejemplo, tienen manchas cuadradas en la piel. Las jirafas mirándose entre sí, no saben lo que es un cuadrado y en consecuencia no lo ven. ¿Se puede decir de ellas que se ven unas a otras?
El empresario miró un momento a la jirafa, y luego dijp: -Dios las ve.
El conde Schlimmelmann sonrió.
-¿A las jirafas? -preguntó
-Oh, sí, excelencia -dijo el empresario- .Dios las ve y le gusta lo que hacen. Las ha hecho para complacerse. Está en la Biblia, excelencia -dijo el empresario- .Dios ama a las jirafas que ha creado. Dios ha inventado el cuadrado al igual que el círculo. El ha visto los cuadrados de su piel y todo lo demás que les concierne. Los animales salvajes, excelencia, son quizá una prueba de la existencia de Dios. Pero cuando vienen a Hamburgo -concluyó poniendose el gorro -el argumento se pone más problemático.
El conde Schlimmelmann, que había ordenado su vida según las ideas de otras personas, caminó en silencio para mirar las serpientes, que estaban junto a la estufa. El empresario, para divertirle, abrió la jaula donde estaban encerradas e intentó despertar a la serpiente que había dentro; por fin el reptil, lenta y soñolientamente, se enroscó en su brazo. El conde Schlimmelmann miró al grupo.
-Desde luego, mi buen Kannegieter -dijo con una risita desabrida-, si estuviera usted a mi servicio, o si yo fuera rey y usted ministro mío, lo cesaría en el acto.
El empresario lo miró nervioso.
-¿Por que, señor? -dijo y deslizó la serpiente en la jaula-. ¿Por qué, señor? Si es que puedo preguntarlo -añadió al cabo de un momento.
-Ah, Kannegieter, no es usted un hombre tan sencillo como pretende -dijo el conde-. ¿Por qué? Porque, amigo mio, la aversión hacia las serpientes es un profundo instinto humano, la gente que lo tiene se ha conservado viva. La serpiente es la más peligrosa entre los enemigos del hombre, ¿pero quien, salvo nuestro propio instinto de lo bueno y de lo malo puede decirnoslo? Las garras de los leones, el tamaño y los colmillos de los elefantes, los cuernos del búfalo saltan a la vista. Pero las serpientes son hermosos animales. Las serpientes son redondas y lisas, como las cosas que nos gustan en la vida, de exquisitos colores suaves, graciosas en sus movimientos. Solo para el hombre bueno esa belleza y esa gracia resultan repugnantes, huelen a perdición y le recuerdan la caída del hombre. Algo en su interior le hace apartarse de la serpiente como del diablo, y a eso se llama la voz de la conciencia. El hombre que acaricia a una serpiente lo puede hacer todo -el conde Schlimmelmann se rió un poco de sus propios pensamientos, se abotonó su rico gabán y se volvió para salir del cobertizo.
El empresario se quedó un momento sumido en profundos pensamientos.
-Su excelencia -dijo finalmente-, necesitáis amar a las serpientes. No hay vueltas que darle. Según mi experiencia en la vida os lo puedo decir y, por supuesto, es el mejor consejo que puedo daros; Amad a las serpientes. Tenedlo en cuenta excelencia, que casi cada vez que le pedimos al Señor un pescado nos da una serpiente
A propósito estuve buscando algún relato sobre la vez que se juntaron Dinesen con Marilyn Monroe y acá encontré uno muy bueno, con fotos
ResponderBorrarhttps://lapiedradesisifo.com/2017/11/28/dia-isak-dinesen-marilyn-monroe-se-conocieron/