Años atrás, a principios de los noventa, yo estaba saliendo de una quiebra que me dejó en la más flaca de las vacas flacas. Resulta que un amigo tenía un instituto que trabajaba con FOSIS y esas cosas quien, conociendo mis habilidades dicharacheras me ofreció hacer clases a personas de escasos recursos. Y así fue como se despertó mi conciencia social y solidaria porque me asignaron miles de horas en distintos programas a lo largo de dos o tres años: programas para jefas de hogar y Chile Joven.
El asunto era lo más corrupto que se pudiera imaginar, partiendo por la larga cadena de intermediarios: un partido político dizfrazado de ONG que recibía la plata y repartía, un instituto que se agarraba una parte, varios animadores sociales (activistas en receso, hasta la próxima elección), hasta llegar al último eslabón de la cadena que era yo, quien realmente hacía la pega. Me pagaban la mitad de lo que declaraban y así y todo ganaba buena plata, ni me imagino cuanta plata habrá costado por alumno cada uno de esos programas, porque hasta los alumnos agarraban sus lucas para movilización y colación.
El sistema de selección era lo más chistoso, como el éxito del curso se medía por la cantidad de personas que encontraban trabajo teníamos instrucciones de seleccionar puras minas ricas, uno que otro tipo de buena presencia y unos pocos feos y feas para que no nos acusaran de discriminar, pensándolo bien era una buena preparación para lo que les esperaba en la vida real.
El primer curso fue el más divertido porque yo no tenía mayor experiencia en manejar grupos difíciles, al principio todos muy caballeritos pero a los pocos días se empezó a formar un grupo duro que se dedicaba a hacerle la vida imposible a los más tranquilos y cada vez se iban tomando más confianza, era cuestión de días para que me perdieran el respeto y todo se fuera al diablo. Yo veía el peligro pero no tenía nada claro acerca de como manejarlo.
Al final en una clase en que me sentí aludido por una especie de burla me entró la furia española, cerré la puerta y encaré a los cuarenta y tantos tratando de mantener la cabeza fria. Partí diciéndoles muy calmadamente que en mi vida había visto gente tan idiota, que yo había sido mucho más pobre que ellos y habia salido adelante, pero también había visto como la mayoría caen cada vez más bajo en la escala, por su propia estupidez. Silencio de muerte.
Les dije que estaban acostumbrados a que se preocuparan de ellos, los pobrecitos. Malas noticias porque a nadie le interesan sus problemas ¿no les interesa estudiar? a mi me importa un cuesco si aprenden algo o no, es su problema no el mio, yo tengo trabajo, ustedes no y tampoco van a tenerlo mientras no sepan hacer nada. No se escuchaba volar una mosca, todos mutis.
¿Creen que el gobierno los va a ayudar? sueñen nomás, el gobierno solo da limosnas, jamás les va a dar un trabajo, nadie les va a dar un trabajo, se lo van a tener que conseguir solos y los que sigan como hasta ahora no lo van a conseguir nunca. Esa es la triste verdad, acusenme al FOSIS o lo que quieran porque no estoy ni ahi con andar enseñando a vagonetas malcriados.
Me senté y todos callados, pero aquí vino lo más cómico porque el guagua russa que era el cabecilla de los odiosos se paró convencido y dijo "¡Eso profe, mano dura nomás porque nosotros lo apoyamos!", yo creí que me estaba tomando el pelo pero el gil se convenció en cinco minutos, se dió vuelta la chaqueta y de ahí seguimos el curso tranquilitos. Nunca más un problema. Me salvó el instinto porque si lo hubiera pensado un poco habría sido más diplomático y nunca habría podido recuperar el control. En los cursos siguientes fui refinando el discurso hasta que se convirtió en parte integrante del show.
Había mucha gente simpática entre los alumnos, el guagua russa por ejemplo era guardia en un topless así es que después nos hicimos muy amigos. Otra alumna que no diré su nombre era lider neta, seguro que ha hecho carrera como activista en las poblaciones (es un buen trabajo después de todo), se hizo elegir presidenta y para la fiesta de fin de curso me sacó a bailar un lento y me dio un beso (no un piquito, un beso grosso) delante de todos, después supe que había hecho una apuesta y aprendí un nuevo dicho que con el tiempo me iba a ser muy útil "curada no vale".
Las hermanas Cayo (seudónimo por siaca) eran top altiplánicas, las habíamos seleccionado como ejemplo de no-discriminación por lo feas, pero eran terribles de simpáticas, inteligentes y puntudas, me contaban que en las fiestas de Azapa ellas les entraban los cuchillos a los chaperones (pandilleros) porque no las revisaban y los tipos iban con pedazos de neumático como armaduras debajo de la camisa. Me invitaban siempre a Azapa cosa que políticamente eludí "si va con nosotras no le pasa nada profe" jaja. Lo último que supe es que les iba muy bien con la agricultura.
Otra niña muy bonita (la Sheila) había tenido un accidente en Colombia que la dejó cuadrapléjica por varios años, cuando iba a clases se movía apenas y representaba siempre a Arica a la Teletón. Pero era super tenáz y al final no solo caminó sinó que terminó casada con el terapeuta que la trataba. Eso es ser empeñosa, ahora es Sheila-mucha-plata.
El chico Peter trabaja en un servicentro hace años y siempre trato de echar petroleo a la camioneta ahí por si se recorta unos pesos, Paola es todavía mi contadora de confianza, linda e inteligente va a llegar lejos, otra alumna es auxiliar en los buses a Santiago y así, a veces me encuentro con uno u otra.
Estoy convencido que de las 300 o más horas que pasamos juntos no les sirvieron para nada en términos de lo enseñado, pero nos hicimos amigos, lo pasamos bien y a más de alguno le deben haber servido mis muestras de conciencia social de las que de tanto en tanto conversábamos. Yo al menos gané mucho con esos cursos, tal vez más que mis sufridos alumnos.